domingo, 17 de mayo de 2009

Los bancos no les dan ni un céntimo, los cajeros les dan vivienda



Pedro lo perdió todo por una mujer. Perdió sus bienes, perdió a sus hijas y perdió su confianza, pero sobre todo, Pedro perdió la razón.
Antes era pastor, hoy es un indigente al que ya solo le importan dos cosas: que cuando sus hijas sean “mozas” hereden su antigua casa, y proteger las tres bolsas de plástico a las que se aferra sentado en el bordillo del número 17 del Paseo Pamplona.
Hace ya más de 20 años que Pedro descubrió a su mujer embarazada de 8 meses con otro hombre. Poco después, en pleno divorcio, ella dio a luz a dos gemelas que heredaron los ojos azules grisáceos de su padre, unos ojos que por rencor, dolor y vergüenza solo han podido contemplar a sus hijas en dos ocasiones.
Este hombre de 65 años, vino a Zaragoza para olvidarse de todo aquello y olvidó como vivir.
Afirma dormir en el albergue, comer en el comedor social y malvivir con lo poco que le da la “tacaña gente de Zaragoza”. Incluso cuenta que le robaron los 20 euros que había conseguido recaudar en un día y que escondía debajo del colchón de su cama en el albergue.
Sin embargo, la trabajadora social de la parroquia del Carmen, Lucia Capilla, asegura que Pedro tiene una pensión de 650 euros al mes y que ni duerme en el albergue, ni come en el comedor social porque no lo necesita: “lo suyo es de la cabeza, algo crónico” asegura, “pero nadie puede obligarle a entrar en razón y salir de la calle”.

El caso de Pedro no es excepcional, Luz Moreno, miembro del equipo terapéutico de la Fundación la Caridad, afirma que el 90% de los mendigos son hombres, la mayoría alcohólicos, con enfermedades mentales, que sufren depresión o que han sido víctimas de desahucios o divorcios.
Sin embargo, la realidad de las calles aragonesas ha cambiado desde que comenzó la recesión económica y Lucia Capilla añade otro perfil de indigente, los que ya han consumido el paro: “La mayoría son inmigrantes que vinieron a trabajar durante la Expo y que no ahorraban porque enviaban el sueldo a su país de origen, tienen permiso de trabajo, pero cuando se les acaba el derecho al paro se encuentran en la calle: con la crisis de la construcción les resulta casi imposible encontrar algo”.

Un estudio del Instituto Ortega y Gasset sobre la crisis y la clase media española, corrobora esta afirmación: “la crisis económica ha ampliado el rostro de la pobreza y se ceba, especialmente, en los inmigrantes”. Además, asegura que la situación está especialmente complicada para aquellos con escasa formación y sin experiencia fuera del sector de la construcción.
Carmelo Peiró, voluntario y pionero del servicio Casa Abierta (un anexo al albergue municipal), asegura que en estos momentos en Zaragoza hay más de cien personas censadas que duermen en la calle todos los días. El diario ADN concreta esa cifra en 120.

La Casa Abierta es una iniciativa que ofrece camas a los que no tienen otra salida, personas mayores que están en la calle normalmente por problemas de alcoholismo. “A la mayoría que acogemos los entierro yo, se beben más de siete litros de vino diario, pero no puedes controlar lo que hacen en la calle durante el día”, afirma Carmelo.

Miguel Marco, profesor de sociología en la escuela Universitaria de Trabajo Social San Vicente de Paúl, recalca la paradoja que supone que estas realidades se manifiesten, de forma especialmente visible, en las avenidas más comerciales de los centros urbanos: “auténticos escaparates de la abundancia”.

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