Delante de nosotros un joven trajeado con aspecto de haber salido del catálogo de Armani a punto de pagar una retahíla de productos bajos en grasas y ricos en fibra: “WOW, este tío es un triunfador” pensamos.
Detrás nuestro: un hombre cheposo, gordo, feo, con una ropa ridícula y con los dientes negros por el tabaco (o vete tú a saber por qué) aferrado a un carro lleno de ganchitos, pizzas y helado. Se nos pasa por la cabeza su vida amargada y solitaria, con un trabajo nada gratificante y una vida social nula.
Cualquiera pensaría en abandonar la fila para sustituir las cuajadas por yogures bífidus y el jamón por zanahorias.
Y sí, así es la vida: pensamos que los feos están destinados al fracaso. Que no tienen nada interesante que ofrecer o al menos que nadie les dará la oportunidad de hacerlo. Lo que nosotros consideramos éxito es terreno vedado para ellos.
Cualquiera pensará que exagero, pero entonces: ¿por qué ha dado tanto que hablar el caso de Susan Boyle? ¿O el de Paul Potts hace dos años?
Nadie se sorprende cuando un pivón de magnífica voz se presenta a uno de esos programas (en este caso Britain´s got talent). Se le aplaude, se compran sus discos, se crea un club de fans…en fin, lo normal para un cantante.

Cuando se presentaron ante el jurado todos esperaban que hiciesen el ridículo. Lo hicieron bien. ¡Qué sorpresa! ¡Esto es noticia!

Igual de incrédulos nos quedaríamos cuando nos dijesen que el joven de Armani está haciendo la compra para sus padres, que todavía vive con ellos y que va con traje porque se ha pasado el día saltando de una entrevista de trabajo a otra sin éxito.
El gordo y feo tenía esta noche una fiesta en su casa para celebrar con sus amigos su último ascenso y de paso, comunicarles que se casa.
Por si acaso, que las apariencias no te hagan cambiar de marca de yogures.
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